viernes, 29 de enero de 2010

Mi hijo, Pablo

Hace ya un tiempo que abrí el blog y desde entonces no me había atrevido a escribir nada. Muchas ideas y recuerdos cruzan por mi mente continuamente,como abejas trabajadoras. Acerté a abrir esto copiando la idea de una gran persona a la que la vida nos hizo conocer por casualidad: el papá de David. En él me miro,como en un espejo y me doy cuenta de hasta donde llega nuestro silencioso dolor. No lloramos,no aceptamos estar mal, salimos, cuidamos a nuestras mujeres, nos esforzamos por permanecer fuertes y sacar adelante a la familia, como la locomotora que tira del tren. Y sin embargo, no somos heroes. Jose Manuel es más fuerte que yo, lleva más tiempo conviviendo con su dolor y aprendiendo a seguir la vida. En algún momento yo alcanzaré su nivel de fortaleza...`pero hoy no.

Pablo era el ser más querido de la tierra, el motor de mi estúpida y absurda vida, y el bien y la felicidad más perfecta que nunca tuve. Me llenó de una energía y una felicidad que nunca había conocido, y por más que me esfuerzo, su ausencia me duele cada momento. Un nudo permanente vive en mi estómago, y aún así, no me salen las lágrimas. Me acostumbre a ser la locomotora, a tirar del carro, es el papel que elegí en esta lucha contra la cardiopatía. Decidí en la semana 20 de embarazo que no me rendiría nunca,y que daría todo lo que tuviera por él. Lo dí todo hasta vaciarme, y me duele no poderle dar más. Me empeñe en luchar contra su enfermedad, y como si el propio Dios se la hubiera dado, yo luchaba contra Dios, y estaba decidido a vencer y luchar,a cualquier precio. Y ganamos batallas horribles, entre los tres, y pese a todo no pude salvarle.

Me esforcé en que fuera lo más feliz que pudiera, mientras un puñal estaba siempre en mi pecho. Sabía que tarde o temprano la enfermedad nos la iba a jugar, aunque yo quería creer que lo ibamos a lograr. LLegan más recuerdos a mi cabeza, aquellos días maravillos en Santander, enseñarle el mar, jugar con él por la noche en la cama.

Con todos esos recuerdos, y con todo ese dolor, solo os puedo decir claramente que mereció la pena. Se que llevaré el corazón roto para el resto de mi vida, pero aún así,es un precio que estaba dispuesto a pagar.

Merecío la pena. Lo disfruté mucho.
Y me duele mucho.
Pero ahora, otra vez no puedo llorar,pues no me salen ya ni las lágrimas.
Vega está a punto de llegar, y el precio por Pablo lo tengo que pagar yo, no ella.
Espero encontrar la fortaleza, y la alegría, para ser un buen padre para ella.